Sin entrar
en valoraciones respecto a los contenidos o ideas políticas de este personaje
público, la puesta en escena de hace unos días del señor José Julio Rodríguez,
no hace otra cosa que poner de manifiesto la escasa preparación de la mayoría
de los líderes y políticos de este país, en el manejo de su comportamiento no
verbal. Todos hacemos cuidado a la hora de expresarnos verbalmente y cuidamos
las palabras a emplear en cada momento, pero pocos son auténticos maestros a la
hora de controlar lo que transmiten a nivel no verbal.
Está claro
que la nueva imagen o apariencia de
José Julio, con vaqueros y camisa, tiene mucho que ver con la imagen que quiere
transmitir a los demás, ahora “uniformado” con una indumentaria acorde a la de
sus nuevos camaradas. Esta nueva imagen es una muestra más de su esfuerzo por
dotar de congruencia su cambio.
Sus signos faciales estáticos o rasgos
permanentes, a los que hay que unir los provocados por el paso del tiempo,
desde luego que no dan como resultado una imagen agradable para el espectador.
Sus ojos son pequeños y la abertura palpebral se ve reducida en muchas
ocasiones, lo que no le confiere un contacto visual muy adecuado. La línea
palpebral hacia arriba le confiere cierto aspecto de tristeza permanente. Su
ojo derecho, más cerrado que el izquierdo, crea cierta asimetría en su
expresión. Si a esto unimos la excesiva tensión en su boca a la hora de
expresarse, mostrando sus dientes poco cuidados del maxilar inferior, dan como
resultado una imagen poco favorecedora y un tanto agresiva.
La tensión que con
frecuencia muestra en boca y barbilla, han acentuado con el paso del tiempo los
marcados pliegues de su cuello, que se intensifican a la hora de responder a
las preguntas que conllevan cierta dificultad. Aparecen entonces expresiones de
tensión con esa comisura de labios hacia abajo que denota cierto desagrado.
Pero el mayor
error de su puesta en escena llega cuando aborda la pregunta sobre el derecho a
decidir de los catalanes.
En ese
momento aparecen movimientos incontrolados
en su cuerpo, separándose de los micrófonos e incluso echándose algo hacia
atrás, mientras titubeante comienza a hilar su discurso. Esos movimientos
denotarían malestar e inseguridad ante la respuesta a dar, e incluso
distanciamiento o rechazo ante dicho asunto. Sus titubeos y pequeñas repeticiones (“se soluciona políticamente, no…
con la… no con la… no con la… no con la ley”), la aparición de muletillas (“eh”), no hacen otra cosa
sino delatar aún más su nerviosismo e inseguridad.
Pero a ello
tenemos que unir otros puntos débiles de su comunicación. Por un lado su tono de voz, que no modula y controla
con solvencia. Su voz, de por sí grave, resulta monótona, con poca riqueza
cromática y transmite tristeza y falta de entusiasmo.
Por otro
lado, y no menos importante, está el problema de su contacto visual. Y es que cada vez que inicia una respuesta o, con
cierta frecuencia, mientras argumenta algo, mantiene la mirada hacia abajo o
permanece unos instantes con los ojos cerrados, lo que de cara al espectador da
la sensación de desconexión, o incluso de falta de sinceridad.
Desde luego que
este gesto no favorece la conexión emocional con el que le observa, ni le hace
parecer una persona cercana.
Como puntos
fuertes de su comunicación incluiríamos los movimientos de cabeza ilustrando sus mensajes y que le aportan
credibilidad a lo que dice, el orientar
el torso o su cabeza hacia quien le plantea la pregunta, y el dar muestras de interés y escucha activa,
asintiendo con la cabeza como gesto indicador de comprensión, mostrando una
leve sonrisa o retroalimentando a la periodista con un “uhum” o un “sí, sí , sí”.
En definitiva, el
nuevo fichaje de Podemos, de cara a la comunicación ante los medios, tendría
que potenciar sus puntos fuertes y mejorar sus puntos débiles; fundamentalmente
los relacionados con la modulación de su
voz, el contacto visual y el
control de su expresión corporal y gestual ante preguntas incómodas o
comprometedoras.