Durante los últimos sesenta
años se nos ha hecho creer que nuestro rostro refleja las emociones que
sentimos de forma biológica, categórica, icónica y universal; que si
modificamos esas expresiones “automáticas”
es debido a la intermediación de determinadas normas culturales, que son
las que marcan unas “reglas de expresión”. Yo mismo estuve convencido de ello,
supongo que porque cuando acudí a la gran cantidad de literatura especializada en
ese tema, prácticamente todo provenía de la denominada Teoría de las Emociones Básicas
(Basic Emotion Theory o BET). Es más, la idea de que ciertas expresiones
faciales son producidas idénticamente por cada individuo, resulta muy llamativa
y ha llevado a muchos países a marcar el diseño de diversos sistemas de
seguridad aeroportuaria, o el de determinados protocolos de interrogatorio
americanos tratando de detectar el engaño.
Esta teoría se ha nutrido
fundamentalmente del denominado modelo
Neurocultural de Ekman (1972, 1980, 1982), el cual, basado principalmente en el modelo de Darwin, inspiró a
numerosos científicos a profundizar en el campo de las emociones y a publicar
cientos de artículos que sustentaban la teoría de que nuestro rostro expresa,
de forma prototípica, la emoción sentida y que seis de ellas se expresan de
manera universal (alegría, ira, tristeza, miedo, asco, sorpresa). Según dicha
teoría, la expresión facial está biológicamente determinada (orígenes
filogenéticos) y es universal, pudiendo ser modificada (atenuada, enmascarada,
disimulada) por convenciones culturales (Ekman & Friesen, 1969); es decir,
modificable ontogenéticamente. Con posterioridad, Ekman añadió en alguno de sus
escritos una séptima emoción al listado: el desprecio (pero dejaremos este
asunto de lado).
Ahora, los defensores de
dicho modelo, dicen haber ampliado el estrecho enfoque de esas emociones
básicas a más de 20, aunque reconociendo la influencia del contexto en el
reconocimiento de la emoción (Keltner,
Sauter, Tracy, Cowen, & A., In press), incluyendo que
también pueden señalar “intenciones” y hablando, ahora, de “cierto grado de
interculturalidad”. Pero, sus fundamentos siguen sin ser sólidos y me llama la
atención que se nieguen a reconocer tácitamente que estaban equivocados, que
investigadores como Fridlund, Crivelli, Russel o Fernandez-Dols, entre otros,
tenían razón. También me sorprende que en los libros de texto vinculados a las
ciencias sociales, al hablar de emociones, ni siquiera se cite el punto de
vista de la Teoría de la Ecología del Comportamiento.
El punto de vista de la Ecología del Comportamiento (Behavior
Ecology View of facial displays o BECV),
en palabras de Crivelli y Fridlund (2019), viene a ser una
teoría funcionalista y externalista, basada en modernas teorías
de comportamiento animal y en la evolución biológica y cultural del ser humano
y supone una robusta alternativa a BET.
Yo, que durante años me
consideré un defensor acérrimo de los postulados de la BET, he tenido la suerte
de poder profundizar en el campo de las emociones desde otros enfoques
diferentes. Por ello, desde hace unos cuantos años comparto que la expresión facial,
como otros comportamientos, está determinada principalmente por factores situacionales incrustados en un
sistema de tensión dinámica (Fernández-Dols, 1999), que la coherencia entre emoción y expresión
facial es de moderada a baja para todas las emociones, con la excepción de la
expresión de “felicidad”/”diversión”, siendo la “diversión” una categoría
distinta y teniendo mucho más derecho a ser llamada “emoción básica” que alguna
de las 5 restantes emociones básicas clásicas establecidas por Ekman en 1972 (Durán, Reisenzein, & Fernández-Dols, 2017); que existe
evidencia que no respalda la afirmación de que el ser humano reconoce
universalmente las emociones básicas a partir de las señales de la cara, que en
ello influyen enormemente variables como la cultura
y el idioma hablado, que los estudios
del modelo Neurocultural emplearon un diseño intra-sujeto, con fotografías que
mostraban expresiones faciales exageradas y posadas, desprovistas de contexto,
con un formato de respuesta cerrada y forzada que canalizaba una variedad de
interpretaciones en una sola palabra (la especificada por el experimentador), con
un procedimiento que permitió que los observadores juzgasen una expresión
facial en relación con otras presentadas y llevar a cabo un proceso de
eliminación al emitir sus juicios (Nelson & Russell, 2013); que la expresión de
“alegría” no es un indicador fiable per
se de felicidad y que la probabilidad de expresar sonrisas es muy baja en
ausencia de interacción social frente
a las situaciones de interacción social (Ruiz-Belda, Fernández-Dols, Carrera, & Barchard, 2003); que las expresiones
faciales y vocales están dirigidas a un receptor, que los intereses del emisor
y del receptor pueden entrar en conflicto, que hay muchos factores
determinantes para enviar una expresión además de la emoción, que las
expresiones influyen en el receptor en una variedad de formas, que la respuesta
del receptor es más que simplemente decodificar un mensaje, que los humanos no
identificamos de la misma manera, no atribuimos el mismo significado emocional
a las diferentes exhibiciones o expresiones faciales y que posiblemente
percibamos el estado interno del emisor en términos de dimensiones bipolares:
placer-desagrado, somnolencia-activación, etc. (Russell, Bachorowski, & Fernández-Dols, 2003); que en ambientes
naturales, la evidencia disponible apunta a correlaciones débiles entre las
emociones y sus expresiones previstas, que las expresiones faciales no deberían
definirse como señales “nítidas” y “verdaderas” de una emoción, sino más bien
como señales rápidas, múltiples e imprecisas que, sin embargo, son adecuadas
(adaptativas) para sus remitentes en una situación particular, que tales
señales están vinculadas a diferentes procesos mentales, pudiendo incluir
movimientos faciales simultáneos o sucesivos vinculados a reacciones afectivas,
valoraciones, motivos sociales o estrategias de regulación, pero también a
procesos cognitivos o convenciones culturales (Fernández-Dols & Crivelli, 2013); que la “expresión
de emoción” es un término de sentido
común que oculta el desafío científico que plantea un flujo continuo de
movimientos musculares de cuerpos moviéndose en un mundo de tres dimensiones
que produce eventos con un significado flexible y dependiente del contexto (Fernández-Dols, 2013); que las expresiones faciales son herramientas
para las interacciones sociales en lugar de muestras de emociones básicas (Crivelli, Carrera, & Fernández-Dols, 2015); que son
herramientas flexibles que utilizamos contingentemente para regular nuestras
acciones de interacción social, ya sean éstas, públicas o privadas, con
interlocutores reales o imaginados, animales, agentes virtuales, o incluso
objetos inanimados a los que les atribuimos entidad (Crivelli & Fridlund, 2018); que las expresiones
faciales no son hacia nosotros, sino hacia el cambio de comportamiento de
quienes nos rodean (Crivelli
& Fridlund, 2018; Crivelli & Fridlund, 2019); que los conceptos
de BET de “emoción”, “reconocimiento”, “expresión facial” y “universalidad”
están plagados de suposiciones infundadas y evidencia no concluyente y que una
expresión facial específica no siempre está dirigida a transmitir el estado
emocional específico del remitente (Fernández-Dols & Crivelli, 2015); que
sorprendentemente para los trobriandeses de Papúa, Nueva Guinea, un rostro que
para los occidentales se consideraría como muestra de miedo y sumisión es
interpretado como “ira” y “amenaza” (Crivelli, Russell, Jarillo, &
Fernández-Dols, 2016), por lo que ese “reconocimiento
universal de la expresión facial” quizás no lo sea tanto y los estudios en
culturas remotas requieran una revisión más cuidadosa; que no todos los humanos
reconocen ciertas emociones específicas a través de la expresión facial, ya que
en diversos estudios con sociedades indígenas con contacto limitado con
influencias culturales externas, al mostrarles las expresiones faciales
prototípicas y pedirles que señalaran a la persona que sentía una emoción
específica (de felicidad, miedo, ira, asco o tristeza), la tesis de la
universalidad solo fue apoyada moderadamente para la felicidad, siendo aún más
modestos los resultados para el resto de las emociones denominadas “básicas” (Crivelli, Jarilo, Russell, & Fernández-Dols,
2016)…
Pero estos y otros estudios
no han sido difundidos suficientemente, apenas son populares. Y es que la idea
de que la expresión facial tiene su propio lenguaje, que podemos leer, e
incluso desvelar los sentimientos ocultos de un individuo, resulta
extremadamente atractiva (y para muchos enormemente rentable).
Sigue sin haber consenso
sobre qué es emoción y cómo puede medirse. Podemos encontrar cientos de
definiciones diferentes sobre la emoción. Los defensores de BET ahora plantean
que las emociones son patrones dinámicos
y multimodales de comportamiento que involucran acción facial, vocalización,
movimiento corporal, mirada, gesto, movimientos de cabeza, tacto, respuestas
autonómicas e incluso el olor (Keltner,
Tracy, Sauter, Cordado, & McNeil, 2016). Valoro
positivamente que ahora tengan en cuenta otros canales no verbales como
transmisores de señales, pero ya autores como Patterson (Patterson, 2011, pág. 39) nos hablaban de una
especie de “regla de conjunto”, al resaltar que no enviamos y recibimos
mensajes separados por canales y que debemos analizar cómo se relacionan los
elementos formando patrones más amplios de comunicación no verbal, que son los
que realmente dan significado a la comunicación no verbal. También he de decir que
esa idea de transmitir emociones a través de múltiples canales, es algo que
negaron Ekman y Friesen (Ekman & Friesen, 1975); aunque
posteriormente, para Ekman (2003) la expresión facial
y la voz serían los sistemas de señales a través de los cuales se manifiesta la
emoción.
Como vemos se adoptan nuevos
criterios y se reemplazan a los anteriores sin ningún tipo de razonamiento o
debate, sin mencionar al menos qué nuevas evidencias justifican dichos cambios
(véase en este sentido
el artículo de Keltner, Sauter, Tracy, Cowen, & A., en prensa). En este
sentido, Crivelli y Fridlund (2019) preguntan cuál es el criterio para que una
emoción sea considerada básica, o para aumentar el número de emociones
consideradas básicas, porque “uno no
aumenta el número de razas de perros al incluir gatos, a menos que haya
evidencia o argumentos para justificar dicha agrupación”. En ese sentido y
en relación a la tabla 2 del artículo, “Avances en la Teoría de las
Emociones Básicas”, de los citados autores y que incluye ejemplos sobre las “nuevas”
expresiones faciales, me pregunto lo siguiente:
- - ¿Por qué se ha incluido el “aburrimiento”
como emoción?, ¿cumple el criterio de ser una expresión breve, o se trata más
bien de un estado temporal? Por otra parte, está claro que ese gesto, con todo
el peso de la cabeza recayendo sobre la mano, puede denotar aburrimiento, pero también
cansancio, falta de interés, molestia, falta de distracción, hastío, desaliento,
desazón y un largo etcétera.
- -¿Por qué las emociones identificadas como prototípicas
(supuestamente las de esas fotografías) son consideradas como tales y no como dialectos
de las mismas (siguiendo lo planteado en ese mismo artículo sobre la Teoría Dialectal de la Expresión Emocional)?
En concreto, ¿por qué la expresión de felicidad
lo componen las AU 6+7+12+25+26 y no 6+12, ó 6+12+25? ¿por qué la expresión de ira ahora es 4+5+17+23+24 y no
4+5+7+17+23+24+38, ó 4+5+7+10+22+23+25?, ¿por qué la prototípica de tristeza ahora es 1+4+6+15+17 y no
1+4+15 ó 1+4+11+15+(54+64)?, ¿por qué la de miedo
es 1+2+4+5+7+20+25 y no 1+4+12+20+25, ó 1+2+4+5+20+26 ó 27?, ¿por qué la de asco es 7+9+19+25+26 y no 4+6+9+17+44, ó
9+16+(15,26) ó 10+16+25+26?, ó ¿por qué la expresión actual de sorpresa es
1+2+5+25+26 en lugar de, por ejemplo, 1+2+5+27?
- Respecto a la expresión de interés tampoco creo que en a mayoría de los casos cumpla con el requisito de brevedad, pero además ¿por qué debe ser
identificada universalmente como expresión de interés la imagen que figura en dicha tabla (Figura a) y no otra,
como por ejemplo alguna de las mostradas en las figuras b, c ó d?
(Figura a)
(figura b)
(Figura c)
(Figura d)
-
Ekman y Friesen (1975) mantenían que para que
una emoción fuera considerada básica debería existir una expresión facial
distintiva. Posteriormente Ekman, en una de sus obras más conocidas, mantuvo
que cada emoción posee señales únicas y genera un patrón de sensaciones únicas
en el cuerpo (Ekman P. ,
2003, pág. 14).
Sin embargo, ahora admiten que las emociones se relacionan entre sí y se apoyan
en estudios que agrupan “emociones” bajo
la categoría de “emociones positivas” (Jack, Garrod,
Yu, Caldara, & Schyns, 2012).
Partiendo de los
predecesores de la Teoría de las Emociones Básicas (Descartes, Lebrun, Allport, Darwin, Tomkins)
los actuales defensores siguen añadiendo emociones al listado inicial ¿lo hacen
por intuición?, ¿por observación personal? En palabras de Crivelli y Fridlund (2019), las inconsistencias
internas de BET les han llevado a unos supuestos básicos viciados.
Entre esos supuestos básicos
hay uno me llama especialmente la atención y es lo que podría denominarse su “fundamentación
circular”. Si la emoción, a día de hoy, no es definible ni medible de manera
consensuada, el supuesto de que dado E (emoción sentida), de manera automática,
aparece su correspondiente F (expresión facial) y dado F puedo deducir E, es
circular e inconsistente. Yo puedo verificar que aparece F, porque es
observable (y medible objetivamente gracias al FACS) pero, en la mayoría de los
casos, no puedo verificar E (aunque en algunos casos lo sea por auto-informe,
no se puede garantizar que la supuesta emoción sentida se ajunte a la
definición de la misma, además de que esa definición no está consensuada). En
palabras de Crivelli y Fridlund (2019) “la
expresión facial es explicada por su pretendida emoción, que a su vez puede ser
verificada por la ocurrencia de ese comportamiento facial”.
Entonces, siguiendo el análisis
anterior ¿cómo podemos diferenciar si una expresión ha sido modificada/amortiguada/mitigada/distorsionada/reducida/enmascarada?
(y con ello estoy también haciendo alusión a las denominadas microexpresiones). Complicadísimo, por no decir imposible, si no podemos rastrear el
origen exacto de ninguna expresión facial.
También quiero resaltar la
diferenciación entre emoción “sentida” y “fingida”. Si nos centramos en la sonrisa, los defensores de BET,
mantienen que la sonrisa “sentida” es “verdadera” y se corresponde con la
denominada “sonrisa Duchenne”, la cual es involuntaria e imposible de ser
falsificada, siendo auténtica y “sentida”. En cambio la “sonrisa social” o de “apaciguamiento”
(que solo acciona la musculatura del cigomático mayor), que permite bajar
tensiones, es voluntaria y por tanto debe ser “falsa” y “no sentida”. Pero esta
distinción, basada en la cualidad, se desmonta -por ejemplo- cuando se simula
la expresión de Duchenne (que conlleva la contracción de la musculatura
orbicular, además de la del cigomático mayor), o cuando la estimulación no es
placentera, pero sí lo suficientemente intensa, haciendo aparecer esos pliegues
denominados “patas de gallo” (por ejemplo en algunas muestras de dolor).
Respecto a los famosos
estudios transculturales, en los que los indígenas de Papúa tenían que
emparejar fotografías “estáticas”, “posadas”, con palabras que hacían
referencia a una lista cerrada de emociones, aparte de los sesgos que conllevaba
trabajar con listas cerradas y con fotografías de expresiones estereotipadas
tan exageradas, los umbrales para declarar la universalidad de las 6 emociones fueron
realmente bajos, ya que revisiones posteriores revelaron la baja relación entre
los autoinformes de la experiencia subjetiva y los movimientos musculares
faciales (Durán, Reisenzein, &
Fernández-Dols, 2017).
Si universalmente no
compartimos código alguno con la comunicación verbal, ni con la escrita, ¿por
qué debería existir ese código compartido en la comunicación no verbal y más
concretamente en la expresión facial? A mí personalmente, después de la falta
de evidencia respecto a la universalidad de las denominadas “emociones básicas”,
al hablar de la prevalencia de dialectos en las expresiones emocionales,
afirmar que “los patrones de expresión,
fueron luego analizados cuidadosamente por sus comportamientos faciales,
corporales o vocales específicos, identificando que es universal
y cómo prevalecen los dialectos culturalmente específicos”, me resulta tan
absurdo como plantear la universalidad de un código emocional compartido con otros
homínidos (resaltemos que el artículo finaliza expresando que “crítico para BET es la noción de que la
expresión emocional humana surgió durante el proceso de la evolución de los
mamíferos y, por implicación, que debería haber homologías convincentes entre
el comportamiento humano y el comportamiento no humano”).
No creo que todas las
culturas compartan nuestras concepciones sobre lo que es “emoción” cuando ni
siquiera los occidentales lo hacemos.
Otro argumento más, en
contra de los planteamientos de BET, es que en la vida diaria, en determinadas
ocasiones, no se ajusta el sentimiento interior con la expresión facial
prototípica mostrada que debería corresponderle. Así, nuestro comportamiento
facial es muy similar durante las relaciones
sexuales o cuando sentimos un dolor intenso;
también lloramos en momentos de felicidad
mostrando nuestro rostro expresiones prácticamente idénticas a cuando sentimos
una enorme tristeza. Entonces, ¿dónde
está esa expresión facial distintiva de la que nos hablaban Ekman y Friesen? ¿Cómo
vamos a ser capaces de identificar la emoción que se siente a través de la
expresión facial que observamos?
Le
será muy difícil identificar en estos rostros “dolor” o “placer”, “tristeza” o “alegría”,
desconociendo el contexto en que se producen. En la imagen de la derecha el
sentimiento era de enorme alegría por parte del medallista olímpico Oscar
Figueroa (1ª medalla de oro para Colombia en levantamiento de pesas en Río
2016)
Está claro que tales
distinciones no son posibles si no tenemos conocimiento del contexto específico en el que se llevan
a cabo tales comportamientos faciales. Por tanto, parece lógico pensar que si
comportamientos tan altamente relevantes como los citados, desde un punto de
vista adaptativo, deben cumplir determinadas funciones, éstas deben ser
flexibles y dependientes del contexto. Pongamos como ejemplo el llanto, cuyas
funciones adaptativas podrían estar relacionadas con la obtención de cuidados
por parte de otros (Soltis, 2004; citado por Férnandez-Dols, 2013), también
podría tener otros significados afectivos y referenciales muy diferentes
dependiendo de su contexto, como felicidad, dolor, enojo o empatía (Miceli y
Castelfranchi, 2003; citados por Férnandez-Dols, 2013).
En definitiva, teniendo en
cuenta los trabajos citados, parece ser que la expresión facial humana no ha evolucionado
para mostrar (señalar) sentimientos interiores, sino intenciones o motivos
sociales. Desde el punto de vista de la Ecología de la Conducta,
el rostro no “expresa” o “refleja” nada; no interesan tanto los mecanismos que
producen la expresión facial, sino cómo funciona ésta en las interacciones
sociales. Mi expresión facial va dirigida más hacia “ti”, indica más lo que me
gustaría que hicieras, en lugar de “hablar” de “mí”, o de cómo me siento. Una
sonrisa, más que felicidad, en una interacción determinada puede indicar “disposición
a cooperar” y en otra “intención de suavizar la tensión de una determinada
situación” y en otro contexto un “deseo de filiación” y en otro “la voluntad de
ser amable”, “el querer ser agradable” y un largo etcétera. En palabras de Crivelli y Fridlund (2019), “al
igual que nuestras palabras y nuestro comportamiento no verbal, las expresiones faciales son formas de
influencia en nuestras trayectorias de interacción con otros”.
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