En
general todos los seres humanos mentimos en múltiples ocasiones, ya sea por
temor a las consecuencias (personales, legales o de otro tipo), por no querer
asumir responsabilidades, por no querer herir al otro, por querer dañar al
otro, por no querer enfrentarse a la realidad, para obtener un determinado
beneficio, para ocultar algo, para evitar la vergüenza que supone reconocer
algo que se ha hecho y por un sinfín de causas más.
Probablemente
las mentiras más difíciles de detectar sean las mentiras cotidianas, las
mentiras de bajo riesgo que todos
empleamos para evitar la tensión o el conflicto en las interacciones sociales,
o para que nos perciban los demás de manera positiva. Normalmente las personas
no se sienten mal por contar este tipo de mentiras, por ejemplo cuando alguien
le dice a su pareja que es la mujer más atractiva de toda la fiesta. En estas
ocasiones preferimos mentir a expresar la verdad de lo que pensamos realmente.
Este tipo de mentiras son intrascendentes
y no conllevan, a priori, prácticamente ningún tipo de activación fisiológica o
esfuerzo cognitivo adicional.
Pero
hay otro tipo de mentiras que tienen
una enorme trascendencia, como cuando
un político niega su implicación en un determinado escándalo, o cuando un
contrabandista dice no tener nada que declarar en una aduana, o cuando un
sospechoso niega su participación en un crimen que ha cometido. En estos casos
resultaría de gran utilidad diferenciar de manera confiable entre quienes mienten
y quienes dicen la verdad. Pero dicha distinción es sumamente complicada y a
día de hoy no disponemos de ningún sistema, procedimiento o herramienta, que nos
permita tal diferenciación con los niveles de precisión deseables.
Hasta
la fecha ha habido diferentes enfoques teóricos que han tratado de predecir qué
señales verbales y no verbales pueden interpretarse como signos de engaño. Así
podríamos citar el modelo de Ekman y Friesen (1969) basado en la fuga de
emociones que el sujeto no es capaz de reprimir, el modelo multifactorial de
Zuckerman, DePaulo y Rosenthal (1981), el enfoque emocional de Ekman (1985), el
modelo del engaño interpersonal de Buller y Burgoon (1996) o la perspectiva de
autopresentación de DePaulo (DePaulo, 1992; DePaulo et al., 2003). Estos
enfoques tienen diversos puntos en común, como que los mentirosos pueden
experimentar emociones más intensas,
niveles más altos de carga cognitiva,
o ser más propensos a emplear mayor número de estrategias y más variadas para tratar de causar una impresión convincente en los otros.
Pero
la producción científica ha demostrado que las personas sinceras también pueden
experimentar emociones intensas (por el temor a no ser creídas, o por verse en
esa tesitura de ser consideradas sospechosas, por ejemplo), por lo que las señales
de nerviosismo no pueden tomarse como signos de engaño. Respecto a las señales
de carga cognitiva tampoco son dominio exclusivo de los mentirosos, ya que las
personas sinceras, en algunos momentos, pueden tener que pensar mucho, o
esforzarse por recordar algo (por ejemplo al tratar de recordar la matrícula su
nuevo vehículo cuando a la mente le viene de forma automática la numeración del
antiguo). Sin embargo bajo este segundo prisma la
investigación ha permitido crear protocolos
de entrevista que provocan y mejoran las señales de carga cognitiva de
manera diferencial en sujetos mentirosos y sinceros. Así, en los últimos años
se han llevado a cabo diferentes protocolos de entrevista para tratar de
obtener y mejorar las diferencias verbales y no verbales entre sujetos mentirosos
y sinceros.
Hoy
sabemos que en situación de entrevista, o incluso de interrogatorio, es mejor utilizar
un “enfoque
de recopilación de información” en lugar de un enfoque acusatorio,
también que es mejor formular preguntas que los supuestos mentirosos no han podido anticipar, o hacerles preguntas temporales; preguntas
relacionadas con el tiempo particular que el entrevistado dice haber estado en
un lugar determinado, cuando se espera una respuesta preparada siguiendo un guión
determinado (por ejemplo, "fui a nadar un rato").
Otra
vía novedosa de investigación es el “enfoque del abogado del diablo”, en
el que los investigadores primero piden al sospechoso que discuta a favor de su
punto de vista personal y luego les piden que discuta en contra de ese punto de
vista. La técnica se basa en el principio de que siempre será más fácil para las
personas presentar argumentos a favor que en contra de su propio punto de vista
personal.
En
otra línea de investigación, se ha planteado introducir la denominada técnica de
"uso
estratégico de la evidencia".
Dicha técnica está resultando enormemente útil para situaciones en las que los investigadores poseen información
potencialmente incriminatoria sobre el sospechoso. En esta técnica, se alienta al
sospechoso a analizar sus actividades, incluidas las relacionadas con la
información incriminatoria, sin darse cuenta de que el entrevistador posee esta
información.
Por
último un conjunto de investigaciones que están aportando luz al campo de la
detección del engaño es el enfoque de "carga cognitiva impositiva". Aquí se parte del supuesto de que
mentir es, con frecuencia, más complejo que decir la verdad. Este enfoque
permite a los entrevistadores aumentar las diferencias en la carga cognitiva
que experimentan los sujetos sinceros y los mentirosos, al introducir
intervenciones mentalmente exigentes que imponen una demanda cognitiva
adicional. Si las personas normalmente requieren más recursos cognitivos para
mentir que para decir la verdad, a los sujetos les quedarán menos recursos
cognitivos, para abordar estas intervenciones mentalmente exigentes, cuando
están mintiendo que cuando están diciendo la verdad. Dentro de este enfoque
existen diversas formas de imponer esa carga cognitiva adicional a los sujetos entrevistados,
como: pedirles que cuenten sus historias en orden inverso, o pedirles que
mantengan contacto visual con el entrevistador durante su relato.
Bibliografía
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Ekman, P., & Friesen, W. V. (1969). Nonverbal leakage and clues to
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