Cuando realizamos un gran esfuerzo, como
cargar una pesada caja, solemos contener la respiración. Ante un esfuerzo
intenso, además de aparecer la correspondiente expresión bajando y juntando las
cejas, mostramos la típica mirada feroz (odio), apretamos firmemente la
mandíbula y contenemos la respiración. Ocurre que esta misma expresión aparece
cuando sentimos ira. Ekman, cuando les
pedía a los indígenas de Papúa, Nueva Guinea, que mostraran qué cara pondrían
si estuviesen a punto de pegar al alguien, estos juntaban los labios y los
apretaban al blandir el brazo para asestar el golpe con un hacha (Ekman, 2003, págs. 135-136),
mostrando una clara expresión de ira.
Mantenemos la respiración ante determinadas
sensaciones de ira, miedo y otras emociones intensas. Una de
las posibles razones de por qué aguantamos la respiración en esas situaciones
es porque determinadas emociones, cuando son intensas, provocan mayor aporte
sanguíneo hacia determinadas zonas del cuerpo, como hacia los músculos de las
piernas ante el miedo, pues nos preparan para la huida; o los músculos de los
brazos ante la ira, ya que nos preparan para la lucha. La tensión muscular
aumenta en estas zonas, pero también en la zona del pecho (como cuando
realizamos un esfuerzo), lo que incluye a los músculos que intervienen en la
respiración (principalmente a los músculos intercostales externos, músculos
escalenos y esternocleidomastoideos). Esa mayor tensión en dicha musculatura
impide que respiremos con normalidad.
Por otra parte, cuando sentimos miedo, en función de nuestro aprendizaje
pasado sobre lo que puede protegernos mejor, pueden aparecer dos acciones totalmente
diferentes: escondernos o huir. La evolución nos ha preparado para hacer lo que
ha contribuido de mejor manera a la supervivencia y evolución de nuestra
especie. Sabemos que muchos animales ante la presencia de un peligro, como un
potencial depredador, lo primero que hacen es permanecer inmóviles, probablemente
porque ello haya contribuido en muchos casos a que no hayan sido detectados.
Por tanto, otra razón para dejar de respirar es que mantenernos absolutamente
quietos (paralizados) puede ser una buena estrategia ante cualquier amenaza y
al dejar de respirar podemos escuchar con más precisión al peligro que se
acerca, e incluso verle mejor (nuestra
cabeza permanece inmóvil).
REFERENCIAS